viernes, 12 de septiembre de 2014

13 recuerdos del primer año. Recuerdo 4

Luego de caminar por unos kilómetros de camino de tierra entre campos verdes al pie de la montañas, llegamos a la entrada del parque. Todavía es temprano y las sombras siguen largas. Entramos al parque, ya sin campos y caminamos por el bosque. Algunos arroyos con cascadas  se nos cruzan en el camino. Coincidimos en la sensación de que es uno de esos lugares fuera del tiempo. Es difícil de explicar. Las vidas pasan, pasan las historias, pasamos nosotros, pero el lugar ese seguirá allí. 
Seguimos caminando y pasamos el puesto de guardaparques, las recomendaciones de siempre, y continuamos. 
El camino cada vez más empinado. La luz clara de la mañana entre las hojas de los árboles. El suelo y el pasto todavía húmedo y frío. Un puente sobre un arroyo. Charlas y comentarios y anécdotas entrecortados por silencios en las subidas. El olor de la tierra húmeda. Los altos a recuperar fuerzas con las granadillas. Seguir subiendo y salir del bosque para reencontrarnos con el sol. Nuevas ocurrencias, nuevas reflexiones, nuevas risas. 
El camino desaparece y de repente no estamos seguros si vamos bien o no. Igual seguimos. Más adelante vemos un cartel, nos estábamos desviando bastante. Seguimos subiendo, ahora por el páramo. El sol hace rato se tapó. Ya no hay tantas risas ni tantos comentarios, y nos empezamos a preguntar cuanto nos faltará. 
Desde una loma por fin la vemos. No parece muy impresionante. Solo un charco grande de agua. Pero a medida que nos acercamos vamos descubriendo la imagen completa. 
Y llegamos, y nos damos cuenta de su tamaño. Pero más que el tamaño hay algo más que nos deja en silencio, callando los comentarios que de nuevo habían aparecido. Hay algo. Los dos coincidimos, los dos sentimos algo. La laguna tiene presencia. Más de lo que se puede ver. Es raro. También cambia de aspecto, de a momentos parece muy profunda y calma, de a momentos se agita, cambia su color. El lugar es un anfiteatro, un punto de reunión. Los frailejones que rodean la laguna acentúan esa impresión. Son como personas, reuniéndose, viniendo a la laguna desde varios lugares a escuchar a los ancianos. De tanto repetir el ritual, de tanta intensión que aplicaban, sus presencias quedaron marcadas en el lugar, como un sendero se marca a media que lo caminamos varias veces, como un hábito se crea a fuerza de repetir un acto. Ellos todavía están ahí. Escuchando. 



Nos sentamos en silencio. Escuchamos, y pudimos entender lo que habíamos ido a aprender a la laguna de Iguaque. 

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